domingo, 12 de diciembre de 2010

63. Un cuento: El Velorio Misterioso

En el blog de Nicolás Hidrogo Navarro "Conglomerado Cultural" apareció este cuento...



EL VELORIO MISTERIOSO
Por: Dagoberto Ojeda Barturén

A José Remigio Abanto, que frisaba los cincuenta años, desde niño sus familiares, lo llaman Golito, pues, así lo conocían sus amigos. Un poco alto, blanco como el mestizaje andino, pelo lacio aunque un poco canoso, voz pomposa, altanero y de espíritu aguerrido. Era escultor graduado en la Escuela de Bellas Artes de Lima. El decía que era el mejor de Chiclayo, y no se equivocaba, sus numerosas obras hablaban por él.

Esa noche se encontraba en el velorio del hermano de su mejor amigo, Lorenzo, un cholo trigueño de pura cepa, contextura regular y poeta ambulante; siempre portaba un grueso maletín en el cual cargaba poemarios de su autoría y los vendía a seleccionados colegios que visitaba, y cuando ya se le agotaba el mercado local, salía a otros departamentos a seguir vendiendo su mercancía literaria. El hermano fallecido había sido asesinado, lo habían encontrado muerto en su vivienda, y se decía que le dieron muerte por robarle una fuerte suma de dinero producto de sus ventas de periódicos, pues, era distribuidor de algunos diarios de la capital.

Golito y Lorenzo eran amigos entrañables y también grandes bebedores, y cuando estaban ebrios, caminaban abrazados y zigzagueantes hasta llegar a la plazuela Elías Aguirre en busca de más amigos para continuar bebiendo, siempre no les faltaba una botella que la traían camuflada en una bolsa.

Pasado de copas, esa noche fúnebre, ante la cantidad de personas que acompañaban a los deudos en su dolor, a Golito se le dio por cantar en voz alta y aguardientosa un viejo vals:

-/Anita ven, acariciarte como quiero yo/ /Si bien comprendes tú la realidad/ /no atormentes por piedad mi ser/

-¡Aguanta, compadre! ¡No estamos en una cantina! –balbució Lorenzo con enfado- ¡Respeta al muerto! ¡Carajo! …

-Disculpa, compadre, me había olvidado que estamos en un velorio…

La gente quedó asombrada y murmuraban, y lo quedaron mirando al impertinente cantor.

Golito se salió, en seguida, y Lorenzo lo siguió. Ambos se abrazaron.

-¡Vamos a la plazuela, compadre Lorenzo, allá chupamos con tranquilidad.

En la plazuela encontraron a Marino, Jorge, Javier, Ramón y Germán. Todos estos amigos le dieron el pésame a Lorenzo. Éste comenzó a relatar cómo encontraron a su hermano muerto, y mostraba, a la vez, un periódico local que había sacado la trágica noticia.

Al llegar la una de la madrugada volvieron los dos amigos al velorio, y ya no encontraron a nadie en la sala mortuoria, solo había una anciana señora que cabeceaba, por ratos, sentada en una silla. Al verlos a ellos, la señora se fue adentro a descansar. Los dos amigos estaban sentados en una misma banca cerca del féretro.

Y botella en mano, seguían bebiendo, pero al llegar las tres de la madrugada, a Lorenzo lo venció el sueño y se quedó dormido en la banca, acostado.

Algo extraño e insólito ocurrió: el cadáver se sentó en su ataúd y lo quedó mirando a Golito y a éste se le erizaron los cabellos, se le desorbitaron los ojos, y lleno de espanto, terror y desesperación corrió, como un loco, queriendo alcanzar la calle, un perro callejero corría junto a él ladrándole hasta una esquina, y Golito no paró hasta llegar a su casa. El ocupante del ataúd, al verlo huir, despavoridamente, volvió a caerse muerto de impresión, y quedó como antes había estado.

Cesando llegó a su casa, pues se le había ido la borrachera, no podía hablar ante su esposa que lo miraba atónita porque no sabía que le había pasado, cuando se calmó un poco, contó a su esposa lo que le había sucedido, la cual le creyó y se persignó, y para que se tranquilizara y se recuperase del fuerte susto, le dio a beber agua de azahar.

Más tarde a la hora del sepelio, Golito y su esposa, acudieron al acompañamiento. Ambos, por su lado, comentaban la resurrección del cadáver a los familiares y amigos, que se quedaban sorprendidos y meditabundos.

Unos decían que Golito, seguramente, había tenido una alucinación; otros que le habían dado los diablos azules, que tenía poderes paranormales…
A partir de entonces a Golito lo llamaban para que acompañe en los velorios a cambio de unas botellas de chicha –su bebida predilecta- , y le decían que se mantuviera al lado del féretro.
Y, siempre asistía acompañado de su querido amigo, Lorenzo.
Hacían esto con la creencia de que el difunto volviera a la vida con el poder de Golito; pero este misterio nunca llegó a cristalizarse para decepción de muchos dolientes ante  la muerte ineluctable de sus seres queridos.


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Literatura y Tradición

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La literatura es el eco y el reflejo de la vida...